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Nicole Martín Medina

Gestora Cultural – Abogada/MBA

Entre bambalinas: La Revoltosa

Zarzuela en un acto de R. Chapí – Teatro Cuyás, Las Palmas de Gran Canaria

Una producción de: Amigos Canarios de la Zarzuela

Estreno: 2 de octubre de 2021


Dedicado a TODOS mis amigos y compañeros

del Coro de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas

Nicole Martín Medina - Entre bambalinas: La Revoltosa
Foto: Sabrina Ceballos

Es lunes. Un lunes después de una semana cargada de emociones y vivencias compartidas. Es lunes, día 4 de octubre, después del estreno de La Revoltosa —«nuestra Revoltosa—, dirigida musicalmente por el Maestro Daniel Gil de Tejada y escénicamente por Carlos Crooke, con un elenco fantástico de solistas entre los que destaco dos antiguas compañeras del Conservatorio, Abenauara Graffinga (Soprano) y Blanca Valido (Mezzosoprano). Pero ¿qué sería una zarzuela sin un coro? El Coro de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas. Mi coro.

Mientras me tomo aquí mi café, vuelvo mentalmente al teatro en la calle Viera y Clavijo, subo la pequeña rampa en su entrada, paso por el gran patio y me acerco a la entrada de artistas. El portal grande está abierto y hay varias personas entrando y saliendo. Nada más entrar, a la derecha está la mesa en la que el primer día de los ensayos habían preparado las acreditaciones para cada trabajador de esta producción. Es temprano. Suelo llegar siempre antes de la hora. Aprovecho el momento para colarme en la trasera del escenario. No hay nadie en este momento y mis ojos se pierden en el altísimo espacio sobre el escenario. Me doy un rápido paseo entre bambalinas y reparo en el precioso techo del Teatro Cuyás cubierto por chiquitinas bombillas de luz que imitan un cielo lleno de estrellas. Es un pequeño teatro, pero acogedor. Su techo siempre me ha cautivado. Adoro este cielo.

Nuestro decorado y atrezzo es sencillo: dos pantallas grandes que sirven para crear la corrala en la que se desarrolla la zarzuela, algunas sillas, una mesa… Sin las proyecciones de luz, todo está bañado en tonos grises y azules. Un teatro vacío tiene una magia muy propia. Tener unos segundos a solas en él es magnífico, pero justo en ese momento oigo la gran puerta y me escapo corriendo por una de las escaleras laterales a los camerinos en la planta baja.

Mis compañeros ya están abajo cambiándose y conociendo el vestuario. Algunos están ocupados con peluquería y maquillaje. Se ayudan entre ellos con las tareas de preparación. Reina un ambiente muy alegre, pero serio. Es el día de la función y todos saben que hoy es el día. Hoy es «todo o nada». La semana de ensayos ha ido bien, pero con eso no basta. Hoy es el estreno y el público merece una entrega absoluta. Soy nueva en este grupo de coristas. Llevo solamente dos años con ellos, pero también es cierto que el coro tiene solo tres años de recorrido. Para muchos de ellos es la primera zarzuela, mientras que yo he participado en muchas producciones con interpretaciones escénicas anteriormente. Aun así, queridos lectores, les puedo garantizar que, si vieran trabajar a este conjunto de personas, jamás pensarían que llevan una trayectoria tan corta.

Los coros tienen fama de ser bastante habladores y hasta ruidosos. Suelen hablar en los ensayos y, al tratarse normalmente de grupos grandes, se distraen con facilidad, se ríen y se lo pasan estupendamente. ¡Cómo no van a hacerlo, para eso son! Pero, por otro lado, necesitan mucha coordinación por parte de la dirección. Muchos de ellos son coros no profesionales. Son personas que participan en estas producciones por amor al arte —porque es su pasión— e invierten muchísimas horas en ensayos musicales, de escena, pruebas de vestuario y ensayos con orquesta. Dejan a sus familias y personas queridas solas en casa, piden horas libres en sus respectivos trabajos para poder acudir cada vez que se les convoca y ser parte de este mundo coral y, lógicamente, quieren divertirse. Es lo más natural del mundo. En este aspecto, el Coro de la Orquesta Sinfónica no es diferente a otro coro. Lo que hace diferente a esta coral es su alto grado de disciplina dentro de la diversión. Desde que me uní a los primeros ensayos hace dos años, me sorprendió el absoluto silencio que reinaba mientras una cuerda ensayaba y las otras tenían que esperar. En el teatro, no es diferente. Se puede oír caer un alfiler y grabarlo con el teléfono móvil. De hecho, una compañera nos graba en los ensayos para que estudiemos en casa y en todas esas grabaciones se puede comprobar lo que estoy diciendo.

Pero eso no es todo. Hay otra característica que define a este grupo de personas: su respeto mutuo y la total ausencia de aires de grandeza. Me explico:

Todos y cada uno de ellos sabe diferenciar entre su individualidad como persona y la identidad del grupo. Cuando actuamos como grupo no existe la individualidad, todos somos iguales y actuamos como un cuerpo único. Para el público somos un conjunto, no personas individuales. Las rivalidades o los celos son completamente inexistentes en este coro.

No me entienden mal, claro que hay diferentes niveles de desarrollo vocal y musical entre ellos, pero eso no da ningún privilegio cuando actuamos como coro. Un coro es uno. Un coro. No son 50 personas. Es un coro. Y es sorprendente hasta qué punto este grupo lo tiene asimilado. Consecuentemente, el trabajo es fluido con una ausencia casi absoluta de conflictos o los más mínimos roces.

Creen que les cuento un cuento, ¡a que sí! Pero no, no es un cuento. Es verdad.

Sin lugar a dudas, esta cohesión entre los componentes del coro se debe, en gran parte, al trabajo de su maestra, mi apreciada y querida amiga Maite Robaina, que tiene un estilo muy suyo dirigiendo el grupo: una mezcla entre amor y mano dura, con pautas claras —casi diría simples— y evitando, dentro de lo que humanamente posible, las incoherencias en sus decisiones, como un buen perro pastor que guía a su rebaño.

Pero una buena dirección por sí sola no basta. Debe haber algo más. Existen otros líderes como nuestra directora que trabajan igual de duro y no consiguen este resultado. Llevo años estudiando grupos y formas de liderazgo y puedo decir que no es solamente la forma de dirección de la maestra Robaina lo que hace del coro lo que es. Son las personas. Todos y cada uno de sus 50 integrantes.

La producción de «La Revoltosa», que, debido a las medidas de seguridad sanitaria, hemos representado solamente con 16 personas de las 50 que somos, me ha permitido observar un poco más a fondo este funcionamiento.

El grupo tiene una alta capacidad de autogestión. ¿Cómo es posible? Intuyo que se debe al origen del coro. El Coro de la Orquesta Sinfónica nace de un proyecto de coro participativo formado año tras año para el Concierto Popular de Año Nuevo de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas. Desde hace ya diez años se realiza un casting en el mes de septiembre para elegir a los cantantes que formarán este coro participativo y que acompañará a la orquesta a finales de diciembre. De este grupo de coristas surgió, después de unos años, el deseo de establecer un grupo estable y se creó el Coro de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas. Desde hace varios años, a excepción del año pasado debido a la pandemia de la Covid-19, se realizan los conciertos Populares de Año Nuevo con el Coro de la Orquesta Sinfónica y un coro participativo que lo refuerza.

Si estuviera hablado de política, diría que el Coro de la Orquesta Sinfónica nace del pueblo. Vale, se pueden reír un poco de este comentario. No obstante, es la pura verdad. No nace de un grupo de gente vocalmente preparada, con carreras de canto terminadas o años de experiencia cantando con orquestas profesionales. No nace porque una orquesta profesional haya buscado tener un coro estable a su disposición. El coro nace como propio, nace de personas que desean con todo su corazón cantar y muchos de ellos nunca lo habían hecho antes.

¿Qué quieren que les diga? No hay ningún poder más grande en el mundo que la voluntad conjunta de muchas personas. No hay fuerza mayor que el amor por una actividad común. No hay satisfacción más grande que sentirte parte de algo más grande que uno mismo, ser una ruedita chica en el engranaje de un reloj que solo funciona bien si todas sus partes funcionan bien.

Según mi punto de vista, las personas que forman mi coro son todas personas que disfrutan profundamente entregándose a un todo, formando parte de una familia que ellos han elegido. Cuando son coristas se olvidan de su individualidad, simplemente no cabe en sus cabezas romper esta unidad, porque se rompería la experiencia común.

Creo que la gran casualidad de la vida ha juntado a personas que saben que una estrella sola no se vería mucho en el cielo. Lo que verdaderamente se ve en la noche —y en el techo del Teatro Cuyás— es un firmamento con un sinfín de estrellas. La infinidad solo existe entre todas las estrellas. ¿Quién se va al campo para ver una sola estrella? Nadie. Lo hacemos para ver las estrellas en la noche —todas las que el ojo es capaz de ver— incluso las que, por motivos sanitarios, no pueden estar en el escenario.

De esta manera, —¡qué curioso!— al abandonar la individualidad en pos de la totalidad del grupo, cada uno puede ser estrella.

Nuestro mundo es abundante, hay sitio para todos. No entiendo las rivalidades que hay en muchos ámbitos de la vida y no tengo palabras para expresar realmente mi sorpresa una y otra vez —ya que llevo dos años con esta mi nueva familia— al ver lo bien que lo han entendido mis compañeros y amigos del Coro de la Orquesta Sinfónica.

Cuando bajó el telón el sábado pasado, yo, veterana en el grupo, no pude evitar las lágrimas por «La Revoltosa» que he vivido como si fuera la primera zarzuela que hiciera en la vida.

Seguiré estudiando el funcionamiento social de este grupo mientras me dejen formar parte de él. Ellos —nosotros— darán para mucho más.

¡Y ahora, compis, a por el siguiente: el X Concierto Popular de Año Nuevo!

Nicole Martín Medina

Las Palmas de Gran Canaria

Octubre 2021

 

 

 

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5 respuestas

  1. Que buena exposición Nicole.
    Los sentimientos y trabajo de grupo es lo que enriquece. Me alegro que te sientas tb en *tú* coro.
    Un abracito de ♥️

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