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Nicole Martín Medina

Gestora Cultural – Abogada/MBA

El camino de lavanda

Las publicaciones de Libia Navarro Sánchez en Facebook

El camino de lavanda

– Lectura en columnas, preferiblemente en ordenador –

Libia es amiga y compañera mía del coro desde hace muchos años. Sus publicaciones de citas y frases en su página de Facebook me suelen gustar mucho. De hecho, su perfil es el que con más frecuencia me llega al alma con lo que publica. Un día se me ocurrió un hilo con sus publicaciones, un hilo que permite contar una historia a través de las publicaciones de Libia. Era como si viera a una chica en una película imaginaria creada por estas oraciones que leía. Aquí les dejo su historia. La historia de una chica que responde al nombre de Ella. 

Perfil de Libia en Facebook

Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa.

El principito

(09.09.2021)

 

 

 

 

 

 

Nankurunaisa – Creo que es una de las palabras más bellas del mundo. Es japonesa y significa «con el tiempo se ordena todo».

(08.09.2021)

 

 

Si nunca sanas lo que te hirió, sangrarás sobre personas que nunca te cortaron.

(13.09.2021)

No te adaptes a lo que no te hace feliz.

(13.09.2021)

 

 

 

Para que surja lo imposible, es necesario intentar una y otra vez lo imposible.

Hermann Hesse

(09.09.2021)

 

 

 

 

Aunque te duela, la persona que te dice las cosas como son te ama mucho más que aquella que te dice lo que tú quieres escuchar.

(18.09.2021)

Si lo hiciste con amor, lo hiciste bien.

El principito

(10.09.2021)

Quiero tomarme un café con alguien que sea capaz de mirarme sin sacar su teléfono. Ya saben, como antes, cuando éramos libres.

(13.09.20219)

Algunas personas no te son fieles, solo son fieles a lo que necesitan de ti. Una vez que su necesidad cambia, también cambia su lealtad.

(12.09.2021)

Golpean al lobo hasta que muerde y luego dicen que es malo. Así es mucha gente.

(12.09.2021)

Cambiar lo que somos para fingir lo que nunca seremos y encajar en un monde en el que no creemos. Hay suicidios que no pasan por la muerte.

(11.09.2021)

No dejes que nada te desanime porque hasta una patada te empuja hacia delante.

(11.09.2021)

 

 

 

La vida tiene cosas mágicas: los atardeceres, el mar, el cielo, la música y algunas personas. 

(13.09.2021)

Normalicen conocer a una persona sin importar lo que hayan dicho de ella. Conócela tú porque en boca de la envidia todos somos malos.

(10.09.2021)

 

 

El bien se hace en silencio. El resto es teatro.

10.09.2021)

 

 

 

No hay grandeza donde falta la sencillez, la bondad y la verdad.

Tolstoi

(08.09.2021)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quien te lastima te hace fuerte, quien te critica te hace importante, quien te envidia te hace grande.

(10.09.2021)

 

 

 

 

Si haces un favor, nunca lo recuerdes. Y si lo recibes, nunca lo olvides.

(09.09.2021)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Intentar es mentir. Lo intentaré quiere decir que no tienes intención seria de hacerlo. Si de veras piensas hacerlo, di: «Lo haré» y, si no, di: «No lo haré». Hay que hablar claro para pensar claro y obrar claro.

Fritz Perls

(09.09.2021)

El camino de lavanda

Ella siempre había sido una niña independiente, fuerte y valiente, sin que eso significara que no buscara el contacto y el cariño de los demás. De la misma manera que defendía su individualidad, era fiel a sus familiares y amigos. Era definitivamente muy sociable y de fácil trato. La gente la adoraba. Aun así, se sentía a veces como si viniera de otro planeta, como si nadie la entendiera, como si su destino fuese quedarse sola. En pareja nunca había estado mejor de lo que lo estaba de single.

La vida la había obligado a tomar un camino que no estaba previsto. Durante su infancia tenía claro lo que quería ser de mayor, pero una vez lo fue y hubo conseguido todos sus objetivos, las cosas ya no cuadraban. Si por un lado nunca lamentó ninguna decisión tomada en el pasado, sí que tenía que aceptar que el punto al que había llegado con tanto trabajo ya no la satisfacía. Algo tenía que cambiar, pero no tenía la más mínima idea de qué. Tampoco sabía hacia dónde enfocar sus pasos. Estaba en un punto de cambio, sin rumbo. No veía el camino siquiera.

De lo que estaba segura era del hecho de que el tiempo pone todo en su sitio. Así que siguió su camino paso a paso tomando decisiones solamente a corto plazo. Las decisiones que tomaba eran las rutinarias del día a día como, por ejemplo, a qué hora levantarse, hacer la cama, fregar la loza, ducharse, irse al trabajo, comer, beber, hablar con una vecina, hablar con un amigo… nada más. Funcionaba, un poco, como un robot. Ella tenía claro, por ejemplo, que hacer la cama por la mañana era importante. Hacer la cama puede marcar la diferencia entre lograr un objetivo o no. Y así pasaba el tiempo.

Mientras que en su vida real las sábanas llevaban la voz cantante, su mundo subconsciente estaba centrado en curar sus heridas. Había vivido una infancia complicada con relaciones familiares cargadas de conflictos. Siempre había sufrido carencias, tanto económicas como emocionales. Cuando empezó a salir con chicos tampoco tenía mucha suerte, ya que experimentaba más desamor que otra cosa. Al final se casó con el que parecía su alma gemela, pero tampoco esta relación la llevó a un final feliz. El matrimonio seguía los patrones que sus propios padres habían vivido y el divorcio resultó ser, a pesar del dolor que generaba, la decisión más feliz que había tomado nunca.

Tenía claro que no iba a terminar en la vejez igual que sus abuelos. Así que una vez divorciada, tomó las riendas de su vida y empezó desde cero. Con casi 40 años.

Una mañana, mientras estiraba las sábanas de su cama en busca de respuestas, pensó que desde el divorcio ya habían pasado muchos años y lo que sentía en aquel momento no tenía que ver con la ruptura. Ella estaba buscando su ser, su verdadero ser y su sentido en la vida. Intuía que todavía no había hecho lo que había venido a hacer en esta tierra. Pero tampoco sabía en absoluto cómo encontrar respuestas. La gente le hablaba de meditación, mindfullness, yoga y miles de terapias y técnicas, pero ninguna de ellas suponía una ayuda para Ella. La única idea que la ayudaba a seguir adelante era la idea de que, si uno quiere que las cosas cambien, tiene que hacer cosas que antes no hacía. Y para lograr lo imposible hay que intentar lo que es imposible una y otra vez. No obstante, seguía arreglando la cama cada mañana con mucho cuidado. Al menos esta parte de su vida no la iba a cambiar.

Así, seguía levantándose cada mañana y, nada más salir del baño, hacía la cama, como un buen soldado a la espera de que un superior viniera a revisar la cama. Pero nadie venía. Nadie le quería decir si lo estaba haciendo bien o mal.

Se acordaba de que una señora, bastante mayor que ella, le había dicho que, si hacía algo con amor, siempre estaría bien hecho. Con lo que dedujo que la cama estaba perfectamente hecha y siguió su día a día.

 

 

 

Y el tiempo pasaba. Una tarde de invierno quedó con una amiga para tomar un café en su cafetería preferida. Tomaron churros con chocolate y hablaron largo y tendido. Su amiga tenía sus propios problemillas y le contó que había tenido un percance en el trabajo. Su amiga debería haber sido ascendida —o al menos eso creían las dos—, pero uno de sus compañeros había jugado sucio de manera que, al final, fue a él al que dieron el puesto. Su amiga estaba muy dolida porque este compañero era supuestamente un amigo.

Quedaba claro que, si las necesidades cambian, cambian las amistades.

 

 

 

Ella escuchaba a su amiga y, mientras tanto, se acordaba de algún que otro conflicto laboral propio. Ella era muy trabajadora, cumplidora y buena gente, pero también se había tropezado unas cuantas veces a nivel laboral. La gente es a veces mala, pensó. Golpean al lobo hasta que muerde y luego dicen que el lobo es el malo.

Si la querían llamar lobo malo, adelante. No era ninguna sorpresa para ella sentirse a veces mejor sola que acompañada. Sobre todo porque no estaba dispuesta a no ser ella misma, a cambiar para contentar a los demás olvidándose de sí misma. La honestidad y la lealtad las llevaba tan profundamente arraigadas en su ser que jamás las traicionaría solamente para contentar a otra persona.

 

Ella seguía su camino haciendo la cama por las mañanas, centrándose en que también las patadas en el culete te empujan hacia delante.

Aquella misma tarde de invierno, después de despedirse de su amiga, decidió dar un paseo por el parque. Había nevado durante todo el día y los árboles estaban cubiertos de una capa de nieve que se parecía al azúcar glass. Desde lejos se oía a alguien tocar una trompeta. Aparentemente se trataba de una persona que estaba empezando con el instrumento. Estaba practicando. Pero el sonido la arropaba igual que sus ojos se perdieron en el cielo claro y azul.

De repente sintió un empujón fuerte en un lado de su cuerpo. Otra persona se había chocado contra ella, que estaba tan ensimismada escuchando al trompetista y viendo el cielo, que se había olvidado por completo del tiempo. Ya estaba atardeciendo y debía irse a su casa. La persona le pidió disculpas y reanudó su camino.

Ella la siguió un momento con su mirada. Era un hombre alto. Por cómo vestía parecía un trabajador de oficina, tal vez un banquero o un abogado. Llevaba traje gris con una gabardina encima y un maletín en una mano mientras hablaba por teléfono móvil con la otra. El señor caminaba con paso firme mientras se alejaba y había dejado un aire a perfume caro.

«¿No era el novio de su vecina de al lado?», se preguntó. «Qué pijo», le pasó por la cabeza y a la vez se asustó al darse cuenta de lo rápido que había juzgado a alguien que ni siquiera conocía.

Mientras se dirigía a su casa notó cómo su cuerpo había sido invadido por lo que quedaba del olor de este hombre. En un primer momento le había parecido perfume caro, pero ahora el olor le recordaba a una sensación de plenitud y satisfacción. ¿Olor a lavanda, tal vez? Sí, el olor le recordaba a la lavanda. No entendía muy bien de dónde le venía esta sensación de alegría que había aparecido de la nada. Además, en su brazo izquierdo sentía unas cosquillas agradables que aparentemente se habían producido en el momento en que aquel hombre la empujó hacía unos minutos. «¡Qué raro!», pensó.

Al día siguiente, cuando hacía su cama como siempre, se acordaba del encuentro fortuito del parque y en seguida volvía a sentir las cosquillas en su brazo y el olor a lavanda la rodeaba como si el señor estuviera justo a su lado. Automáticamente se sentía feliz.

Delante de sus ojos se formaba un camino que tenía que recorrer para hacer lo que había venido a hacer. Nada más ver esta imagen lo tenía claro. Vio un camino largo y curvado que atravesaba amplias praderas y terrenos. Parecía de un pavimento natural, ancho y flanqueado por cipreses. Lo más sorprendente era el hecho de que el camino ¡estaba rodeado de campos de lavanda! Entonces, era de ahí de donde había venido el olor: campos infinitos en color lila, interrumpidos por el color marrón de los caminos y el verde de los cipreses. Sus ojos seguían el camino y este aparecía como si se moviera, como en una película. Ella caminaba por el camino, paso por paso, y el camino seguía y seguía… infinitamente. En este camino todo era tranquilidad y abundancia. No cabía ni siquiera la mera idea de pensar en otra cosa que no fuera el amor.

El timbre de la puerta la sacó de repente de su sueño de día. En un segundo todo (el olor, el hormigueo y el camino) había desaparecido. Se dirigió al telefonillo para preguntar quién era. Era la señora del correo que necesitaba entrar en el edificio. Le abrió la puerta y volvió al dormitorio. Todavía no había terminado la cama.

Y pensando en el hombre, el olor y el cosquilleo todo volvió: las sensaciones, las emociones, el camino, el color lila del campo lleno de lavanda… En ese momento pensó de repente en la gente que la había herido en el pasado y, en lugar de sentir decepción o enfado, vio a estas personas en una luz lila y les mandó una sonrisa grande. Ellos son las personas que la han hecho más fuerte, no se merecían enfado, sino gratitud.

Y los días pasaron. Desde el momento en el parque algo había cambiado para Ella. Cada vez que se acordaba del empujón recibido aparecía de nuevo la sensación de paz y tranquilidad, el olor a lavanda y el cosquilleo en su brazo. Era una sensación tan agradable, que la recuperaba varias veces al día, especialmente en las mañanas cuando hacía su cama.

Un día más tocaron nuevamente en su puerta y Ella, que estaba perdida en su país de las maravillas lilas, tenía que dejar su ensueño para ver qué querían de ella. Para su sorpresa, quien tocaba en la puerta era el vecino, el novio de la vecina, el hombre del parque. El señor se había dejado la llave en casa y pedía usar el teléfono para llamar a su novia. Sin más le dejó entrar y hacer la llamada.

Cuando iba a irse, se giró en la puerta para mirarla a la cara y se despidió. Justo antes de desaparecer en la escalera, ella le preguntó: «¿Me puedes decir qué es ese olor a lavanda y ese camino que veo cada vez que me acuerdo de ti?».

«El camino de lavanda es el camino que te lleva a tu verdad, el camino que te lleva a ti misma», contestó y se fue. 

Ella quería preguntarle más cosas, pero ya se había ido.

Nuevamente pasaron los días. Ella nunca se olvidaba de arreglar la cama antes de salir de casa. Y cada vez que se acordaba del señor del parque, del olor y del color de la lavanda se volvía a perder en el camino imaginario en el que se sentía tan feliz.

Quedaba claro que la capacidad de ver el camino de lavanda había sido un regalo enorme que la vida le había dado, ya que ahora tenía la posibilidad de perderse en esta imagen para encontrar respuestas y nuevas inspiraciones.

Ella iba a hacer todo lo que hiciera falta para seguir adelante y ser feliz, para ayudar a los demás y ser parte de la sociedad que la rodeaba, por muy individualista que fuera. Sabía que con intentar no era suficiente. Para realmente lograr la dicha había que hacer, no solamente intentar.

Y de esta manera continuaba dedicando el tiempo necesario a su cama, la manta y los cojines cada mañana. Bastaba con recordar el olor a lavanda en caso de perderse en la vida real para volver a encontrarse en el camino de la lavanda.

Epílogo:

Una tarde, Ella bajó por la escalera del edificio cuando se encontró con la vecina de al lado. Ella la saludó y preguntó: «¿Puedes darle las gracias a tu novio? Me ha ayudado mucho». La vecina la miró con los ojos grandes. «No tengo novio desde hace años, no sé de quién me hablas», dijo y continuó.

 

Elysium de Hans Zimmer – La música y las imágenes que me vinieron a la mente mientras escribía el cuento. 

 

Nicole Martín Medina

Las Palmas de Gran Canaria

Agosto 2022

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